Cuando salimos a caminar por las calles de la ciudad nos sorprendemos ante una realidad inevitable: La ciudad misma se está convirtiendo en un gran basurero.
En cada esquina encontramos
puntos de acumulación de basuras, que más que ayudar a la limpieza y
recolección de las mismas, contaminan el entorno química, olfativa y visualmente.
Pero es aún más triste comprobar que las personas se han habituado a esta
realidad, a convivir con sus propios deshechos y a aceptarlos como un elemento
natural más, que constituye el lugar que habitan.
Este problema es más visible en
aquellos lugares en los que no hay casas cercanas, en espacios abandonados y
sin propietario alguno. Al parecer, es el sentido de pertenencia que se tenga
con un lugar lo que hace que este sea cuidado o no por las personas que viven en él.
Esto es una muestra más de que aún no hemos adquirido el sentido de
pertenencia suficiente por nuestro planeta. La mayoría de los humanos no nos
sentimos como parte de la tierra y por lo tanto, no hemos aprendido a cuidar
nuestro medio ambiente, lo que es propio y las cosas que permiten nuestra
supervivencia, y esta penosa realidad se ve reflejada en las calles de nuestras ciudades. No es difícil imaginarse el mundo en un futuro como un conjunto de pilas de basura aún más altas que los rascacielos, un lugar en donde no sea posible la vida y sólo quede como única habitante la contaminación que han generado los desperdicios humanos.
A pesar de todo ello, la
naturaleza siempre supera los obstáculos y vence las barreras artificiales que
le pone el hombre. En el recorrido pudimos ver cómo las plantas crecían entre los escombros abandonados
por los seres humanos y cómo lo natural convivía con lo artificial para hacerlo
parte de sí mismo. Solo nos queda como esperanza el saber que el gran poder que tiene la naturaleza pueda reparar, aun cuando pasen muchos años, los daños que hemos hecho en ella y que los humanos tomen un poco más de consciencia sobre el cuidado de su hogar: el planeta tierra.
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